Átame las manos y tápame los ojos, y entonces como jugando vayamos secuestrándonos. Pero dejemos libres los labios para hablar con los sentidos que nos quedan, para imaginar lo que no podemos ver. Y actuemos como si todo estuviera bien, arreglando problemas minúsculos con un juego de dos equipos, el tuyo y el mío. Ambos tratando de ganarse al otro. No importa si llegamos demasiado lejos o si de repente terminamos rindiéndonos entre roces de piel, porque este juego no acaba hasta que alguno tome el poder definitivo. Tú o yo, igual, como en cualquier juego siempre se puede reiniciar.

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